Colección «Tal Cual»

Gente común

Una historia oral de la Blondie

Crónica

Un tímido joven del sur transformado en empresario nocturno. Un maestro de la construcción vestido de marino. Un diyéi recién salido del servicio militar que decía tener un secreto para prender la opaca noche santiaguina. De esta mezcla improbable surgió en 1993, en el barrio santiaguino de Estación Central, la discoteca Blondie.

Refugio de una contracultura desenfrenada, nutrida por cualquiera que quisiera huir por una noche de una vida perfectamente común, se convirtió en la llama del destape chileno que nunca llegó, adelantando el país más diverso y desenfadado que explotaría décadas después.

El reconocido periodista Rodrigo Fluxá, autor de Solos en la noche, Crónica roja y Usted sabe quién, ha estructurado su nueva investigación como una historia oral. Fluxá encadena con maestría decenas de testimonios en primera persona para conformar un relato fluido del que surge un coro de voces que es siempre coherente en su diversidad.

Rodrigo Fluxá

Periodista de la Universidad de Chile. Ha publicado los libros El lado B del deporte chileno (2010), Leones (2012), Solos en la noche. Zamudio y sus asesinos (2014), Crónica Roja (2016) y Usted sabe quién. Notas sobre el homicidio de Viviana Haeger (2018). Es coautor de Los malos (2015) y de varios volúmenes de El mejor periodismo chileno. Ha ganado el Premio Periodismo de Excelencia de la Universidad Alberto Hurtado en tres ocasiones (2011, 2014 y 2019).
De sus publicaciones han nacido las producciones audiovisuales Zamudio: Perdidos en la Noche (TVN, 2015), La Cacería: las niñas de Alto Hospicio (Mega, 2018), El Presidente (Amazon Prime, 2020) y 42 días (Netflix, 2022).

Arturo Fuenzalida, DJ. Antes que nada te voy a decir una hueá: la Blondie no fue planeada, fue una casualidad. Y el hueón que te diga lo contrario está mintiendo. Tráemelo acá y le voy a decir lo mismo: hueón, estái mintiendo.

René Sánchez padre. Mire, para ser sincero, yo quería darme un gustito: poner una salsoteca. Tenía ese sueño. ¿Sabe qué grupo me hubiese gustado que sonara en la Blondie? Banda Blanca. Los de “Sopa de caracol”. ¿La conoce?

Zdenka Mrksa, asistente habitual. Es una historia larga. ¿Tienes tiempo?

Arturo Fuenzalida, DJ. Soy diyéi, soy músico, soy papá, soy abuelo, no sé qué chucha soy ya. Mi cerebro funciona en mil direcciones, pero llega un momento en que el chip se te llena, ¿cachái? Cuando ya tenís tanta información que se te llena la hueá no más. Yo me acuerdo de mil cosas al mismo tiempo, tengo esa capacidad: veo una película y memorizo los guiones mientras la veo, se me graban. No creo que me dé alzhéimer. ¡No, espera! Yo creo que sí me va a dar alzhéimer. Así que voy a ir dándote esta información, porque se me va a llenar el disco duro en cualquier momento. Es importante que todo esto se sepa: siempre como que lo alternativo es medio ABC1, pero la Blondie no. A la Blondie llegó el perraje.

Eduardo Ábalos, productor. Me cuesta mucho hablar de mí, no como a otros.

Arturo Fuenzalida, DJ. Yo nací especial, nadie me hizo especial. Esos hueones que iban todas las noches diciendo ay, Depeche Mode, ay, The Cure me cambió la vida. Yo no, po: yo nací especial. Me gustaría decirte por qué soy así, pero no sé. Soy distinto. Soy una especie de semidiós.

Rodrigo Mendoza, DJ. Arturo es bien esquizoide.

Alejandra Díaz, asistente habitual. Tiene más historias que Matusalén.

Arturo Fuenzalida, DJ. Yo de chico era medio tonto; no terminé el cuarto medio cuando correspondía. Mi hermano y mi hermana se metieron a estudiar a la Escuela de Contadores, cabezas de ingenieros. Yo me metí también, pero me fue como el pico, porque tengo cabeza de artista, soy especial. Pero en ese entonces llegué a pensar que era tonto, hasta que me di cuenta que no, que no era cuadrado. Y en el gobierno militar los hueones de los colegios eran todos cuadrados también, entonces si érai un poquito distinto te echaban.

Rodrigo Mendoza, DJ. Lo he visto meterse nueve líneas seguidas.

Arturo Fuenzalida, DJ. La cosa es que estaba viendo en la tele a La Banda del Pequeño Vicio. ¿Los cachái? ¿No? ¿Y los KK Urbana? No hueís, po.

Ariel Núñez, productor. Arturo te testea todo el rato, te va midiendo, para ver cómo tratarte.

Arturo Fuenzalida, DJ. Bueno, filo, estaba viendo tele y parto a Chucre Manzur, a unas bodegas peladas, que no sé qué hueá serán ahora. Debo haber tenido quince años. Yo soy del 72: era chico, pero nací especial. Yo escuchaba el “Viva Chile” de los Electrodomésticos y se me paraban los pelos. Y los otros huevas, métale Soda Stereo. Ya, Chucre Manzur: llegué y me sentí en otro mundo. Empecé a cachar que la movida era en Plaza Italia. Ahí estaban los punks y los new wave. Yo entonces me empecé a juntar con los new wave, pero no podía estar con ellos mucho rato porque los encontraba muy ahueonaos y me iba con los punks, pero ahí el ahueonao era yo. ¿Cachái la hueá compleja? Mis amigos me dicen: Arturo, tú eres demasiado bueno para ser punk, demasiado malo para ser new wave. Pero hueón sí que no soy, nunca me pasái por hueón. Es bueno que tengái eso claro. Tengo cualquier anécdota. Con jale y cerveza te las hago todas: te canto, te bailo.

Déborah Palma, asistente habitual. La Blondie está llena de personajes raros. La persona más normal que va a aparecer soy yo. Y hasta por ahí no más.

Extracto de “Noches en Blondie” (inédito)

Nuestro país siempre atento a la moda, la vanguardia y por supuesto a la música como un ente tranquilizador de almas. Se puede hacer toda una cátedra con la historia de la música, pero vamos a enfocar estas páginas a la música y los cambios que han acontecido: después de un período de dictadura, un país joven, que vivió tiempos oscuros, ha podido salir adelante a través de la música.

Arturo Fuenzalida, DJ. Siempre andaba con un casetito, hacía compilados y los ponía en la Plaza Italia: Electrodomésticos, La Banda del Pequeño Vicio, Talking Heads, Human League. Y los hueones decían: puta la hueá buena. Ahí empecé a poner música, porque hay gente que está predestinada a algo, yo estaba predestinado a eso. Y Daniel igual.

Daniel Sánchez, dueño. Crecí en el sur, en San Carlos, camino a San Fabián. Mi niñez fue una etapa muy bonita de la vida. Mucha montaña, naturaleza.

Arturo Fuenzalida, DJ. Daniel es un huaso de fundo. Pero huaso huaso: al hueón no le gusta hablar, no le gusta que le hablen, no le gusta que le den la lata.

Daniel Sánchez, dueño. Estuve en un grupo de scouts. Nos íbamos a acampar al cerro. Terminé el cuarto medio y me puse a estudiar Agronomía en la Universidad del Bío-Bío, en Chillán. Nada que ver con la Blondie, pero me gustaba el campo. Hice la práctica en Rancagua, en un fundo, y empecé a tener contacto más cercano con Santiago. Me venía los fines de semana a Santiago, cuando mi papá estaba empezando en la noche. ¿Lo conociste?

René Sánchez padre. Mire, Corral en mis años era un puerto, ahora ya no es, después del terremoto del 60 se embancó. La cosa es que había un cura que tenía un colegio allá y nos hacía correr arriba de un cerco de madera, pisando tabla por tabla, como ejercicio, pero sucede que una de esas tablas estaba medio resbalosa por el moho que se forma en el sur, y entonces me resbalé y me caí con todo el peso en la espalda. Mi papá y mi mamá eran de otra época. Dijeron qué tanto alboroto, levántese, pero estuve como tres años entre el hospital y la casa, pacá, pallá, pacá, pallá, tratando de estabilizar el hueso de la cadera. Una odisea que ni le cuento. Haber sido un niño postrado me ayudó bastante con el tema del tesón. Como todo niño limitado como fui yo, tuve una cualidad extra. Veo una cosa, me obsesiono y le hago empeño.

Arturo Fuenzalida, DJ. La Blondie siempre ha sido de don René. Eso para que entendái.

René Sánchez padre. En Corral se trabajaba con el sistema de pulpería que se daba antiguamente: a mi papá le pagaban por una libreta y se descontaba a fin de mes. Era difícil surgir, así que nos vinimos a Santiago y mi mamá me metió a trabajar al hotel Crillón, a los dieciséis años. ¡Y fue lo mejor que pudo haber hecho mi mamá, compadre! Porque no éramos de plata y no iba a tener chance en la universidad. Partí en la guardarropía, pero el recepcionista de noche de los sábados trabajaba en paralelo como controlador aéreo, así que, ¿adivine quién se metió a reemplazarlo? Renecito, pues. Eso fue el 56 y para el mundial del 62 ya estaba en la recepción del hotel, con veintidós años. En ese tiempo escribía cuarenta palabras por minuto en la máquina, así que me hacían chupete. ¡Qué tiempos eran! Yo les cuento a mis amigos que el garzón tenía que servir con guante blanco y que el ayudante de cocina no podía entrar al comedor, tenía que dejar la bandeja en la entrada de la puerta, para que no se impregnara el olor a la cocina. ¡Una escuela que ya no se ve! Ni en los mejores restoranes pasa eso ahora, es todo al cuete. La otra vez en el Bar Nacional pasó uno de la cocina con la bolsa de la basura entre medio de los clientes. ¡Imagínese! Hasta dónde hemos llegado. Toda esa experiencia me enseñó mucho, me elevó altiro el nivel.

Javier Sepúlveda, sonidista. El caballero es un capo: tuvo toples.

 

René Sánchez padre. Estuve trabajando en el Sheraton, con jóvenes más preparados, que hablaban idiomas, más inteligentes que yo, pero mucho menos intrépidos. Yo ahorré mi platita en el hotel hasta que compré una fuente de soda chiquitita en Rosas con Cumming. Había un taller de frenos al lado y los cabros que trabajaban ahí almorzaban en el local; era platita segura que me caía. Después me empezaron a decir “tráigase una botellita de chambré para las tardes”, y ahí se las tenía yo, en un balde, al atardecer. Acompáñenos, me decían, y yo me sentaba con ellos. ¡Qué huevada más bonita! Si yo hubiese sido un gallo menos inquieto me quedaba ahí, tranquilito, pero mi obsesión era tener un teatro, no sé por qué, yo sentía que había nacido para eso. Un día un cliente me dijo: “¿Sabe?, hay un caballero multimillonario que tiene cuatro teatros en Santiago, botados: el Esmeralda, el Coliseo, el O’Higgins y el Carrera”. Fui a ver a este caballero, que vivía en una mansión en Los Leones; tenía estatuas de mármol, era una mansión de categoría. Me mostró el Teatro Carrera, que llevaba siete años botado. Dije: tiene que ser mío. Vendí mi auto, la fuente de soda y me metí; yo era muy intrépido, ¿no le digo? Me lo arrendaron a doscientas lucas al mes. Imagínese, arriesgué todo sin saber qué iba a pasar. Mi familia decía que el René se había vuelto loco, porque estaba casado y con cabros chicos. ¡Ah, el Carrera! El Carrera fue una hueá fantástica.

Arturo Fuenzalida, DJ. El Carrera era una hueá ordinaria, pero ordinaria poblacional. Otro día te voy a contar. La hueá es que en esos años tampoco había muchas chances de salir si te gustaba la música que nos gustaba. Era otra época, el gobierno militar. Yo les tenía miedo a los pacos. Miraba un paco y lloraba: sabía que me iban a venir a huevear. Caí dos veces y no es ninguna gracia que te agarren a palos en la cabeza. Los hueones veían en la calle a alguien que no era común, un hueón con aro, y padentro. Te sacaban la chucha. Era heavy. Los pendejos de ahora no entienden: bastaba que andaras con bototos y te hueveaban, porque estabas fuera del límite de lo aceptable. El abuso de poder era a todos. Los punkis sufrieron, los thrashers sufrieron, los hippies sufrieron. Era estresante la hueá. En Plaza Italia teníai que andar mirando pa todos lados. Te relajábai y llegaban los karatecas culiaos, enfermos, que venían a pegarles también a otros hueones. En el fondo, necesitábamos un lugar donde estar tranquilos.

Silvio Paredes, músico. Pasaba eso. Yo, por ejemplo, no hablaba con alguna gente solo porque escuchaban otro tipo de música. Muy huevón, pero así era; así de cortada estaba la relación social. Es como ser hincha de Colo-Colo y la U y odiarse. La dictadura te empujaba a esa radicalidad.

Omar Debía, asistente habitual. Yo mismo les pegaba a los cabros a los que les gustaba Depeche Mode: nos molestaba que usaran bototos, porque los bototos eran para nosotros, no para ellos. Se los robábamos y les pegábamos, porque así habíamos crecido, en esa violencia. Nos costó sacarnos esa mentalidad. Porque la verdad es que si un cabro quiere ponerse bototos y andar con un mojón colgando, déjenlo: ya estábamos en democracia.

Arturo Fuenzalida, DJ. ¿En qué estábamos? Ah, los KK Urbana. Estaba con uno de estos hueones en la Plaza Italia y llegan dos, tres micros de pacos civiles y empiezan a pescar a todos los hueones padentro: punks, new waves, todos. Y yo veo a una mina de unos veinticinco años asustada, voy hacia ella, la agarro, la abrazo y le digo “camina”. Y me voy con ella derecho hacia los pacos; instrucción militar, po, hueón. Si tengo un don, siempre he tenido un don. ¿Qué? Sipo, hice el servicio militar. Mi papá era restaurador de marcos antiguos, entonces siempre tuve milicos metidos en la casa, pero por esa cosa del arte. Los milicos ahí, tomando whisky a las cuatro de la tarde, mientras mi papá trabajaba en los cuadros. Y yo, pendejo, decía: ¿cómo pueden estar tomando a las cuatro de tarde? Ahora entiendo que estaban todos duros. La hueá es que me desaparecí un año entero.

Déborah Palma, asistente habitual. Es muy freak ese hueón; contesta el teléfono solo si lo llamas a las nueve en punto de la mañana. A ninguna hora más.

Arturo Fuenzalida, DJ. Hice el servicio en la Escuela de Infantería en San Bernardo. Lo pasé mal y bien, pero de que era traumática, era traumática la hueá. Te hacían milico en tres semanas, a puras patadas y combos. En el fondo no tenías acceso a ser tú. Pero, puta, me dejó a otro nivel, porque estoy a otro nivel. ¿Por qué te estaba contando esto? Ah, entonces estaba la mina en Plaza Italia, los pacos encima. Yo tomo a la mina y le digo camina, conchatumare y los pacos se empiezan a abrir, lo único que faltó es que me saludaran los culiaos. Atravesamos Plaza Italia y nos salvamos. Al otro día llega esta mina con el Buitre, un punk al que todos le tenían miedo. El hueón viene hacia mí, me da la mano y me dice: “Desde ahora en adelante, hueón que te toque me decís nomás”. Y ya nadie me tocó más, po. Pa que veái cómo soy yo: no ando calculando como todos estos otros ahueonaos que siempre andan viendo cómo ganar, todos esos chuchasumadres que se las dan de alternativos, diyéis pencas aparecidos que en su vida han tenido un disco decente como los que tenía Arturito. La Blondie la armamos los que la armamos. Puta que tengo bronca: ¡egocéntricos culiaos, a quién le hai ganado voh, hueón! ¿Fuman acá? ¿Queman? Espérate que tengo acá unos cigarros, unos petardos, unos Fox, los matamosquitos.

Extracto de “Noches en Blondie” (inédito)

Chile, país de cambios, desastres naturales y sucesos que han marcado la historia y aquellos quienes realmente quedan dispersos sicológicamente son los jóvenes, evolucionan a medida que pasa el tiempo, la tecnología ha ayudado en este proceso, pero también ha hecho que la gente sea más dependiente, llegando al extremo de no pensar.

Arturo Fuenzalida, DJ. Yo estaba en el servicio y me arrancaba a todas esas hueás culturales que salieron después del 90. Me arranqué a ver a los Ramones. Me arranqué a Estación Mapocho a ver a los Fiskales. Puta, me acuerdo que vi a los Profetas, a Lucybell. Los veía y decía qué hueá, qué chucha todo esto, porque estaba en el servicio, encerrado. Y ahí empecé a ver al Marino. Lo conocía de Plaza Italia. Era new wave y le gustaba vestirse de marinero al hueón, por eso le decían Marino. Puta, creo.

Eduardo Ábalos, Marino. Yo tenía tres años cuando mi papá se fue de la casa, el 74; él tenía otra pareja. Recuerdo muy pocas pascuas con él, ninguna en verdad. Y la imagen paterna que tenía era mi tío, que era marino. Él vivía en Valparaíso, a veces en Talcahuano, y nos venía a ver a Santiago.

María Elena Ábalos, hermana de Marino. Vivíamos en una toma de El Salto, un lugar muy politizado, sufríamos mucha violencia por ser hijos de paco; nos entraban a robar seguido. Le decían a mi mamá “te vamos a maltratar por ser familia de paco” y eso que mi papá ya se había ido. Una vez alguien quiso hacernos daño como familia y este tío se encargó de dar justicia. De ahí la admiración de mi hermano.

Eduardo Ábalos, Marino. En una de esas veces que vino mi tío me regaló una chaqueta de marino que había dado de baja. Acuérdate que en esos años estaba de moda Chanel, así que le cambié los botones, me compré un gorro, un pedazo de tela a rayas azul con blanco y me hice un polerón. La gente me empezó a llamar Marino.

Carlos Toledo, DJ. Se podría decir que Marino era una especie de cosmopolita dentro del ambiente. Convivía con los skinheads, con los punkis, con los tecno, con los new wave, con los artesa, con todos. Él era el nexo que unía todos los grupos.

Omar Debía, asistente habitual. Fue una cosa consciente de él agrupar estos grupos de pertenencia, quería encausar todo eso que estaba pasando.

Arturo Fuenzalida, DJ. Le tengo buena a ese hueón de Marino, pero está completamente loco. Chalado. Ten en cuenta eso cuando hables con él.

Eduardo Ábalos, Marino. A mi mamá le había tocado duro. Mi abuela y mi abuelo trabajaban en una casa de un pintor del barrio alto. Él se metió con mi abuela, que quedó embarazada y tuvo que irse de ahí. Nunca reconocieron a mi mamá, no le dieron el apellido. Ella tenía dotes artísticas, pero a su mamá le daba rabia, le recordaba lo que había pasado. Así que se dedicó a arreglar ropa no más. Y se casó con mi papá, que era carabinero. Él la aceptó.

Hugo Cárdenas, barman. Yo en mi preadolescencia fui punketa y era vecino del Marino. Su mamá era la que nos hacía los uniformes a todos los cabros de la cuadra. En ese tiempo le decían, despectivamente, “la costurera del barrio”. La imagen que tengo del Marino es de cuando íbamos a buscar los uniformes a su casa y él, chico, enano, se estaba cocinando unos huevos arriba de un banco. ¿Cachái o no? Cuando salíamos mi mamá me decía “voh no te dai cuenta que tenís de todo”. Vivían con muchas carencias.

María Elena Ábalos. Mi mamá se amanecía cosiendo, no comía, pasaba hambre para poder alargarnos la tarde con un yogur. Mi hermano estuvo en una caja de tomates en vez de cuna.

Eduardo Ábalos, Marino. Yo estudié en un colegio industrial de la Cámara Chilena de la Construcción, en Recoleta. Fue buena escuela; aprendí a hacer muebles y a trabajar en la construcción. Teníamos que hacer todo solitos. Te digo todo: los baños los limpiábamos nosotros mismos. No lo digo para quejarme, los teníamos impecables.

Arturo Fuenzalida, DJ. Te voy a contar una cosa: Marino no sabe escribir bien. Le iba como las huevas en el colegio. Pasaba los cursos porque era el hueón al que mandaban a conseguir material para que los compañeros trabajaran. Era muy bueno haciendo relaciones públicas. Marino tiene ese don, de conseguirse hueás.

Eduardo Ábalos, Marino. Entre el 88 y el 89 trabajé como empleado de la construcción en edificios, como pulidor, sacándome la chucha, con el resto de los obreros. Ahí aprendí disciplina: levantarse a las seis de la mañana, cagado de frío, viendo a los viejos con el chuzo y el combo.

Fortunato Morales, exfutbolista. ¿De la Blondie me dice que es el libro? No entiendo.

Eduardo Ábalos, Marino. Trabajando en la construcción me empezó a dar vuelta una pregunta: ¿por qué todo tenía que ser tan feo? ¿Por qué tenía que ser feo si podía ser lindo? Un día llegaron a pedir profesionales del instituto para trabajar en el circo Las Vegas. Yo no tenía título, pero fui igual: necesitaban doce, pero dos no llegaron y entré. Al final quedamos cuatro en el circo. Hacía de todo: cortaba entradas, los vales, ubicaba a la gente. Fui ascendiendo, terminé haciendo caja. Con eso iba ayudando en la casa.

Claudio Larach, asistente habitual. Marino era como mi hermano, lo conozco mejor que nadie.

Eduardo Ábalos, Marino. Me gustaba el new wave y la música punk, si se puede decir. Escuchaba La Polla Records, por ejemplo, pero nunca fui de la onda de quedarme en las esquinas, sentado; me aburría, siempre fui demasiado inquieto. Cumplí la mayoría de edad con el paso a la democracia. Fui a las marchas del No, fui voluntario. Y un poco antes de eso empecé a ir a fiestas, pero costaba un mundo hacerlas: siempre llegaban los carabineros. No había un lugar fijo para carretear. Unos iban a la Neo que quedaba en la Plaza San Enrique, pero quedaba muy arriba, era muy cuica.

Hugo Chávez, dueño de la disquería Background. Me vine de Londres el noventa y acá no había casi nada. Me acuerdo de haber ido con Silvio Paredes a unas fiestas Barracuda en la Loft: era gente universitaria. Más que eso: gente intelectual. Es todo un continuo porque a las fiestas Spandex podía entrar el que quisiese, estábamos en democracia, pero eran fiestas de intelectuales para intelectuales. Era la continuación del Trolley, en Matucana, donde se supone que era más mezclada la cosa, pero para qué andamos con cosas: también era de intelectuales para intelectuales.

Extracto de “Noches en Blondie” (inédito)

Para aquel entonces, las fiestas se hacían en casas particulares, se daban el dato de fiesta y llegaba mucha gente de distintos lugares; un compañero invitaba al amigo, este llevaba a otro y así sucesivamente. Pero las discos comenzaron a dominar, atraen a la gente, también porque los padres no dejaban hacer más fiestas, las locuras con el alcohol comenzaron a sobrepasar los límites, así que se necesitaron otros lugares donde expresar sus emociones y bailar. La era de las discoteques comienza, empezaron a arrasar en la ciudad, jóvenes con diferentes estilos, chicas producidas, había una disco en cada población.

Arturo Fuenzalida, DJ. Yo no me doy con cualquiera, no soy sociable. No soy buena onda, soy súper mala onda, pero cuando me caís bien, cagaste, te voy a dar jugo, te voy a huevear hasta que me den ganas, ¿cachái? Cagaste. Entonces, claro, yo fui a las Spandex. Ahí llegaba mucho snob, estos hueones que se creen del arte, que son pintores y pintan puras hueás. Puta, yo como nací especial, soy súper tomado al arte, sé cuándo el hueón es bueno. Y sé cuándo un hueón es un farsante. Vi cuadros culiaos gigantescos de Bernardo O’Higgins que se demoraban un año en terminarlos. Vi a surrealistas chilenos. Tenía diez años y mi papá me los ponía al frente y me decía “estos cuadros se ven de lejos”. Y mi mente decía: ohhhh, conchasumadre. Entonces no me pasái por hueón, te dije, ninguno de esos hueones de la Spandex, los “artistas”, me pasaba por hueón. Yo andaba en otra, po, andaba mirando, observando.

Patricio Soto, DJ. Las Spandex eran como una alfombra roja, como que la gente de las artes se iba a mostrar.

Silvio Paredes, músico. La Spandex era de mostrar la individualidad. La Blondie siempre tuvo la gracia de ser una experiencia colectiva, anónima.

Eduardo Ábalos, Marino. A principios de los noventa la marca Spandex estaba arrendada a otra gente y me llamaron como asistente de producción; hacía de todo, primero en llegar y último en irme. Así que el que las armaba me encargó una misión: venía un equipo de la BBC a Santiago para ver si acá se iba a armar algo parecido a la movida española tras volver a la democracia. Y bueno, los llevo a las Spandex, y cuando estaban terminando de grabar me pongo a pensar y le digo a la corresponsal de la BBC: “Igual Chile no es como la Spandex, Chile es muy distinto”. Me quedan mirando y entonces los llevo a hacer un tour por el Santiago que nunca salía en las noticias, por fiestas muy comunes, flaites, que mostraban mejor lo que pasaba acá. Fuimos por 10 de Julio, Recoleta, Gran Avenida. Por eso cuando dicen que las Spandex es el germen de la Blondie, les digo que no. Las Spandex eran para un grupo de gente particular, gay básicamente, una parada muy Studio 54, glamour. Yo quería otra cosa.

Javiera Mena, música. Cuando les digo a amigos cuicos que vayamos, responden “es que está muy lejos”. ¿Perdón? ¿Lejos de qué? A alguien de Estación Central le queda al lado.

Rodrigo Mendoza, DJ. La hueá es que me hice conocido por comerme a muchas minas en la Blondie. Y no sé si inconscientemente o no, eran siempre las minas icónicas. Las más bonitas. Porque esa es otra clásica cosa que pasa con este cuiquerío que ahora reniega de la Blondie, que dicen que les da lata ir. Claro que les da lata: si se comieron hasta a los guardias y volvieron a sus carretes cuicos. Una amiga me decía la otra vez “ay, no, qué lata la Blondie”. De más que qué lata, hueona, si te comiste a todos, ¿a quién más te vas a comer? Pero de que iban, iban. Después yo viví en El Golf y a las siete de la mañana, ya de día, estaba lleno de minas dark por el barrio, volviendo a sus casas. Yo les preguntaba de qué colegio eran: Santiago College, Santiago College, Santiago College. Con el tiempo me compré un jeep y pasaba a tirar arriba a todos después de las fiestas.

 

Sergio Lagos, periodista. La chica de Vitacura puede haber ido en una noche gótica, y en la noche gótica se puso a bailar con un flaco vestido de Drácula, con unos colmillos, se tomaron unos copetes, anfetaminas, terminan atracando. Él la muerde y a los dos días la mina termina en la clínica con una infección porque el hueón le había dicho que era vampiro. Esas cosas pasaban.

Eduardo Ábalos, Marino. Un hueón nuevo que llegaba con su vaso de whisky, mostrando las llaves del auto para jotear minas, no funcionaba. Lo mismo al revés: minas se iban con chicos de abajo, los llevaban ellas en su auto. La Blondie igualaba todo.

Fernando Mujica, periodista. Entre los hombres se escuchaban comentarios hueones diciendo “nos vamos, no hay ninguna mina rica”. Encontraban que era la Familia Addams la hueá. Pero por el contrario tenía amigas muy pelolais que iban porque se aislaban, porque no veían a la misma gente que veían toda la semana. Y ahí hay valor, porque va a apareciendo el verdadero Chile.

Guido Gutiérrez, asistente habitual. La gente empezó a reconocer al otro en la Blondie, al diferente. Entonces naturalmente se transformó en un lugar para la diversidad.

René Sánchez hijo. Gente muy finita. Al Carrera te llegaba, no sé, diez por ciento gay, pero en la Blondie eran casi todos.

Guido Gutiérrez, asistente habitual. Para ellos no era tan “incriminante” como que te vieran en el Fausto, por ejemplo. Fue un gran lugar para los gays de clóset.

Hugo Cárdenas, barman. ¿Este libro es iniciativa tuya?

Rodolfo Carter, alcalde. Me acuerdo perfecto de tener siete años –vivía en la villa Los Copihues, en La Florida– y estar cantando a todo pulmón “hace tiempo que no siento nada al hacerlo contigo, que mi cuerpo no tiembla de ganas al verte encendido”. Y mi mamá mirándome por la ventana y diciéndome “no cante eso”.

Juan Luis Salinas, periodista. Hay un chiste viejo: no es gay, es alternativo.

Dorian Grobier, productor. Si el tío de cincuenta años, que nunca había presentado una polola, iba a una fiesta de Madonna en la Blondie, pasaba piola, porque adentro estaban todos madoneando, los héteros y él. Si iba a bailar Madonna al Fausto, ya no había espacio para la duda.

Juan Luis Salinas, periodista. La mayoría de la gente con la que yo iba era gay. Los que no, con el tiempo salieron del clóset.

Claudia Reese, trabajadora. Yo estaba encargada de los baños. Y en la semana trabajaba de empleada en una casa particular en Las Condes. Una vez vi a mi jefe en la Blondie, con un hombre. La primera vez me hice la loca, para no meterme en problemas. Otra vez nos encontramos de frente y me saludó: “¿Cómo estás, Claudita? Estás estupenda”. Nunca le conté a mi patrona. Era una exministra. Lo que pasa en la Blondie queda ahí. No iba a perder mi pega por un cahuín.

Rodolfo Carter, alcalde. Fui con mi equipo de la municipalidad y estaban aterrorizados: “Te van a sacar una foto, nos va a penar”. Pero si me sacan la foto en la Blondie, pico, que la saquen. Si me encuentran chulo, problema de ellos; si es ambigua sexualmente, problema del que le importa. Soy soltero, tengo cincuenta años, no tengo que dar explicaciones de lo que hago en mi vida.

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