Colección «Tal Cual»

La frontera

Crónica de la Araucanía rebelde

Crónica

Un carabinero desplegado en el sur; un weichafe o guerrero mapuche que luchó en la clandestinidad; la viuda de un parcelero asesinado; un policía encubierto en la «Zona Roja». Los cuatro son algunos de los testimonios que recoge este libro, la primera investigación periodística a fondo y desapasionada sobre el llamado «conflicto mapuche». A medio camino entre la crónica de guerras y el relato de viajes, La Frontera se sumerge en el corazón de la Araucanía, entre comunidades indígenas pobres y paisajes sobrecogedores. Sus autores también entrevistan a algunos de los principales líderes del movimiento, así como a parceleros que se sienten vulnerados en sus derechos. Un trabajo imprescindible para entender por qué la causa mapuche reviste hoy, según sus autores, uno de los desafíos más sofisticados que ha debido enfrentar el Estado chileno: «La autonomía, que no es otra cosa que la descentralización radical de una república que desde su formación fue centralista y granítica».

Ana Rodríguez

Estudió periodismo en la Universidad de Chile. Ha trabajado en el diario electrónico El Mostrador, en el diario Las Últimas Noticias y en el semanario The Clinic, donde fue subeditora. Actualmente es editora de la revista El Paracaídas, de la Universidad de Chile.

Pablo Vergara

Estudió periodismo en la Universidad de Chile. Ha trabajado en los diarios El Mercurio, La Hora, El Metropolitano y La Tercera, además de la revista Siete+7. Fue editor general del semanario The Clinic. En 2007 ganó el Premio de Excelencia Periodística de la UAH. Es coautor del libro Spiniak y los demonios de la Plaza de Armas (2007).

Uno

El machi Celestino Córdova se pasó buena parte del juicio que lo condenó a pasar 18 años en la cárcel algo ausente, mirando incluso con cierta curiosidad a la gente que venía a declarar que él, un joven de 26 años, había participado en el ataque nocturno a una casa en que vivían dos ancianos a los que les prendieron fuego. Un ataque del que se conocen pocos detalles, aparte de la grabación telefónica al número de emergencias de la policía de una de las víctimas, contando que había disparos y que su marido estaba herido. Durante las semanas que duró el juicio, en el verano del 2014, Celestino no dijo una palabra. Qué lo llevó a participar de ese ataque es algo que solo se puede inferir de los comunicados que hizo circular mientras se desarrollaba el juicio, y que señalan que Celestino Córdova es un militante de la causa mapuche, que reclama los derechos de un pueblo que en el siglo XIX fue invadido por el Estado chileno y que durante todo el siglo XX fue amenazado con desaparecer. Celestino Córdova nació en 1987, cuando ya la dictadura de Pinochet —que hizo muchos esfuerzos por terminar con las comunidades— empezaba a prepararse para fracasar en el plebiscito del año siguiente. Su nacimiento está justo en el umbral en que el movimiento mapuche, replegado durante años, comenzaba a adquirir un nuevo ímpetu.

Creció con los hitos de ese movimiento, así como los hitos crecieron en violencia: Cumplió cinco años en 1992, cuando Aucan Huilcaman, el dirigente del Consejo de Todas las Tierras, comenzó con las recuperaciones simbólicas para aguar la celebración de los quinientos años del viaje de Colón, y que le valieron a Huilcaman ser procesado por Ley de Seguridad del Estado junto a otros 144 dirigentes. Cumplió diez en 1997, el año en que la Coordinadora Arauco Malleco (CAM) debutó quemando los camiones de la forestal Mininco, en Lumaco, abriendo paso a un nuevo escalón en la lucha reivindicativa: el de la violencia como arma política. Tenía quince años cuando el Estado decidió caer sobre la CAM, ante el crecimiento de sus acciones en el sur y la preocupación de los empresarios madereros, y encarceló a sus principales dirigentes, y para cuando un oficial de Carabineros mató de un balazo a Alex Lemun, el comunero de 17 años, que muchos consideran el primer mártir del movimiento. Veintiuno, para el asesinato de Matías Catrileo, muerto cuando un carabinero le disparó por la espalda con una subametralladora Uzi, en enero de 2008.

El 2031, cuando Celestino Córdova cumpla su condena, tendrá 44 años. Nadie sabe qué pasará para entonces en el sur. Al momento de escribirse estas líneas ya había una generación de niños creciendo en un clima de violencia. De ambos lados: mapuche y colonos o parceleros. Mientras unos sufrían allanamientos, gases, balas y helicópteros; otros debían acostumbrarse a casas quemadas, disparos, rondas policiales. Quizá ocurra un milagro y la tierra que reciba al machi en libertad en ese lejano año se encuentre en paz, pero nada indica que eso vaya a ocurrir. Por el contrario, a principios de 2015 las señales decían precisamente lo contrario: que la brecha que el Estado chileno ha creado en la sociedad de las regiones Octava y Novena seguirá abriéndose. Si Celestino Córdova hubiera politizado el proceso que lo condenó -«juzgadme y condenadme, la historia me absolverá», como dijo Fidel Castro antes de ser Fidel-, un nuevo hito se hubiera sumado a la cronología.

Un hito ideológico, no un incomprensible hecho de sangre que 45 hizo perder al movimiento mapuche la supremacía moral con que contaba hasta ese momento. Con Celestino Córdova, una parte de ese movimiento se puso en el banquillo de los acusados, y la sociedad chilena visibilizó también —a su velocidad, porque los chilenos somos lentos— que existían parceleros que dejaban sus tierras aterrorizados o que grupos armados atacaban de noche casas de civiles para golpearlos e incendiar sus bienes. Celestino Córdova guardó silencio, aunque la tradición mapuche del debate y la discusión está más que viva.

Es cosa de recordar la carta enviada por el lonko de Temulemu-Traiguén, Pascual Pichun, al entonces Presidente Ricardo Lagos en el año 2003, cuando quedó libre luego de cinco años de encarcelamiento, acusado por amenazas de incendio al fundo del ex ministro de Agricultura, Juan Agustín Figueroa. La carta, una reivindicación política de autoridad a autoridad, dice así:

Presidente de La República
Casa de La Moneda
Santiago de Chile
2003
PRESENTE

Señor Ricardo Lagos, soy Pascual Pichún Paillalao, lonko mapuche de la comunidad Antonio Ñiripil de Temulemu, a quién la justicia chilena mantuvo por más de un año detenido en la Cárcel Pública de Traiguén junto al peñi Aniceto Norin y la lamngen Patricia Troncoso, sin pruebas ni antecedentes acusado de ser un “terrorista” y un «peligro para la sociedad». Como usted ya debe saber, hace una semana un tribunal de la novena región hizo finalmente justicia en nuestro caso y ratificó aquello que nosotros siempre dijimos ante los fiscales y la opinión pública. Me refiero a nuestra completa inocencia en todos los cargos imputados por el Ministerio Público. 46 Señor Presidente. Quince meses en la prisión, tres huelgas de hambre, el encarcelamiento de dos de mis hijos menores acusados también de «terroristas», el alejamiento obligado de mi familia, de mi trabajo en el campo y de mis peñi y lamngen en la comunidad, son los costos que tuve que pagar por ser un lonko mapuche y haber decidido luchar con dignidad por los derechos de mi pueblo. A nosotros nunca se nos encarceló por el incendio de la casa del señor Agustín Figueroa, como dijeron los fiscales. A nosotros se nos persiguió y se nos sigue persiguiendo en Chile por ser lonkos mapuche, por ser dirigentes de un movimiento, por ser luchadores sociales y por ser el recuerdo vivo de una campaña de exterminio inconclusa en la historia de este país sin memoria. Sepa usted ahora de mi propia voz que nosotros los mapuche jamás hemos sido ni seremos terroristas como nos acusan. Solo luchamos por lo justo, por nuestras tierras, por un futuro mejor para nuestros hijos y también por un futuro mejor para todo nuestro pueblo. Como lonko mapuche, tengo el mandato de representar a mi gente, de hablar por ellos muchas veces y de guiarlos en los tiempos buenos y también cuando las cosas se ponen difíciles. Es mi labor como autoridad mapuche señor Lagos, una labor que asumo con orgullo y que imagino es parecida a la que usted tiene como autoridad de todos los winkas o chilenos. Esta carta que hoy le escribo no es para lamentar nuestra suerte como mapuche sino para exigir de su parte un mínimo de respeto y justicia. Creo que usted como autoridad debiera hacer que los responsables de nuestro encarcelamiento paguen por su error. Me refiero a la señora Fiscal Regional, Esmirna Vidal y los señores fiscales Raúl Bustos, Alberto Chiffelle y Francisco Rojas. Ellos, con una actitud abiertamente racista en contra de nuestro pueblo, nos acusaron de un atentado y desoyeron nuestras declaraciones de inocencia en todo momento. Esa actitud, señor Lagos, viola el supuesto nuevo trato que usted dice representar y que tantos gobernantes como usted nos han prometido falsamente en otros tiempos. Por ello es que solicito que usted pida la renuncia a 47 estos personeros de su gobierno, especialmente a la señora Esmirna Vidal que ocupa un cargo de su confianza en la región. Ya vendrán tiempos mejores para nuestro pueblo y estoy seguro que nuevas generaciones seguirán luchando a futuro por nuestro territorio y sus derechos. Cuando usted ni yo estemos en esta tierra, sepa usted que otros mapuche seguirán peleando por lo que nos pertenece en justo derecho y otros lonkos asumirán el lugar que yo y tantos otros hermanos ocupamos hoy. Eso no debe usted olvidarlo nunca señor Presidente. Desde Temuko, Territorio Mapuche

PASCUAL PICHUN PAILLALAO

Lonko Mapuche de la Comunidad Temulemu – Traiguén

Hay dignidad en ese documento. Es de esas cosas que no se suelen leer cuando se habla de política chilena. Es un hombre hablando del pasado, doliéndose del presente y vislumbrando un futuro temible. Es imposible decir en qué termine todo esto. Como en el siglo XIX, una nueva invasión se esparce por lo que quedó de la Araucanía.

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