UN TORPE ELEFANTE
El asesinato de Viviana Haeger en Puerto Varas, en junio de 2010, es uno de los casos que ha provocado mayor impacto y conmoción pública desde que hace veinte años entró en vigencia el nuevo sistema procesal penal. Sus peculiares características, la variedad y singularidad de los personajes involucrados, las diversas teorías que se elucubraron respecto de lo que pasó, los graves errores de la investigación y el resultado inesperado del juicio, entre otros aspectos, hicieron de este un objeto permanente de atención y un verdadero caramelo para los medios de comunicación. Se trató de una suerte de larga novela de misterio por entregas, cuyos capítulos se extendieron por más de siete años. Si guglea “caso Haeger”, encontrará decenas de miles de entradas, que incluyen material periodístico, documentos judiciales, teorías conspirativas y especulaciones de todo tipo.
Si tiene este libro en sus manos veo difícil que no tenga alguna opinión sobre el desarrollo y resultado de este caso. Yo lo seguí no sólo por su interés general –y reconozco que con algo de morbo por lo escabroso de los hechos que se presentaban–, sino también por alguno de corte profesional, que me lleva a estar atento a los casos más relevantes que se tramitan en el sistema de justicia penal, área de mi especialidad desde hace más de veinticinco años. Con todo, leer Usted sabe quién me obligó a formularme nuevamente varias preguntas que imagino también usted puede estar haciéndose: ¿cuánto sabía realmente del caso y su desarrollo? ¿Cuánto conocía a sus protagonistas? ¿Qué sabía de lo que ocurrió con la investigación? ¿Qué pasó en el juicio oral que concluyó con la condena de José Pérez como autor de robo con homicidio y la absolución de Jaime Anguita, marido de la víctima, como potencial autor de homicidio calificado (sicariato)? ¿Cómo entender que un hecho tan grave se haya resuelto de esta forma? ¿Qué explica el comportamiento de varios de los protagonistas de esta trama? ¿Se trata de un éxito o de un fracaso de nuestra justicia penal?
Luego de la lectura de este magnífico trabajo de Rodrigo Fluxá sé más y tengo nuevas respuestas a estas preguntas. Su enorme aporte combina la investigación exhaustiva acerca del desarrollo del caso y un testimonio vivencial del autor al compenetrarse y, no me cabe la menor duda, obsesionarse con él por largo tiempo. Es un libro de investigación y de los buenos, pero también es mucho más que eso; es una reflexión sobre la justicia penal, sobre la naturaleza humana y sobre nuestra sociedad actual. Esta magnífica combinación, que enriquece el texto, es algo a lo que Fluxá ya nos empieza a malacostumbrar, primero con su libro sobre el caso Zamudio –Solos en la noche– y ahora con Usted sabe quién.
La parte de investigación incluyó la revisión de las cerca de cinco mil páginas de la carpeta fiscal (“el expediente” en lenguaje forense antiguo), la escucha de miles de interceptaciones telefónicas legales, entrevistas a medio centenar de personas (muchos de los protagonistas y algunos personajes secundarios) y la presencia en todas las audiencias del juicio oral. Además, tenemos las impresiones del autor acerca de esas audiencias y del caso, de conversaciones largas e intercambios electrónicos, todo ello con la frescura narrativa de un observador externo al sistema, que relata con atención al detalle el funcionamiento del complejo teatro en el que se desenvuelve la justicia penal.
Agradezco que el autor nos ayude a conocer a todos los personajes de esta historia. Sus entrevistas y reflexiones dan pistas para comprender las razones de los protagonistas, y nos ayudan a comprender el impacto que el caso ha tenido en sus vidas. Por eso decía que el libro es mucho más que un estudio de un caso judicial. No creo, eso sí, que los seres humanos quedemos particularmente bien parados. Muchas de las revelaciones del libro muestran los aspectos más miserables de nuestra condición humana. No seré yo quien tire la primera piedra, pues me pregunto si, en circunstancias extremas, me comportaría de una forma distinta. El cuadro que se pinta es complejo, con muchas zonas de sombra. Hay también áreas luminosas en donde el mismo autor identifica valores como la honestidad, el compromiso y la transparencia, aunque a veces eso dure poco. Las más de las veces nos movemos en una gran zona gris, donde todo juicio debe ser matizado y provisorio, donde finalmente prima el lente a través del cual se observe la realidad.
El libro también nos entrega múltiples imágenes sobre el funcionamiento de nuestra justicia penal y, como elemento de fondo, de nuestra sociedad. Permítanme en este punto una breve reflexión sobre las posibilidades y los límites de la justicia penal. Siempre he pensado que es una herramienta especialmente torpe y limitada para la resolución de un conflicto, sobre todo cuando se trata de uno tan complejo y grave como un asesinato. Aun en el mejor de los casos, cuando se logra esclarecer los hechos en forma rápida y se condena a los autores del delito imputado, muy difícilmente puede recomponer lo que se quiebra cuando una persona es asesinada y se truncan así sus planes de vida, la de su familia, amigos y entorno cercano. Aun cuando logremos la pena más alta o la que nos parece más justa, ¿puede eso reparar el daño ya causado? Me temo que solo en una pequeña porción.
La justicia penal parece un torpe elefante en una cristalería de productos muy finos. Su capacidad para no romper más cosas que las que se arreglan es baja. De tarde en tarde nos da algunas satisfacciones y cumple con algunas expectativas sociales, pero siempre con el sabor amargo de haberse producido un daño irreparable y doloroso. Esto contrasta fuertemente con lo que esperamos como sociedad que el sistema haga o logre, y ahí se abre una brecha de expectativas que nos lleva a una permanente frustración. Por definición la justicia penal llegará, aun en el mejor de los casos, algo tarde; muchas o las más de las veces, ya demasiado tarde.
Por lo mismo, no conozco sociedad que esté plenamente conforme con su trabajo. El sistema de justicia criminal suele ser objeto de duras críticas y fuertes cuestionamientos en todos lados. En 1909 G.K. Chesterton describía así el sistema judicial británico: “La cosa más horrible de los ofciales del sistema legal, incluso los mejores, no es que sean malvados (algunos de ellos son de hecho buenos), no es tampoco que sean estúpidos (muchos de ellos son bastante inteligentes), es simplemente que están acostumbrados a esto. En estricto rigor, no ven a un prisionero en la cárcel sino a una persona común en un lugar habitual. Ellos no ven lo terrible de una corte que juzga, sino solo su propio lugar de trabajo”.
La descripción de Fluxá del funcionamiento de nuestro sistema en el caso Haeger tiene tintes dramáticos. El relato nos muestra a un elefante particularmente torpe y lento. Da cuenta de un trabajo policial de muy baja calidad, cuando no derechamente chambón. “Encontrar” el cadáver de la víctima en el entretecho de su casa luego de 42 días de búsqueda intensa que incluyó, lea bien, al menos tres revisiones del entretecho no me parece que pueda caber en otra categoría. Lo mismo cuando se constata que muchos de los hallazgos claves en el caso parecen más productos de la casualidad que del trabajo investigativo; por ejemplo, la vinculación e identificación de José Pérez, el único condenado. Esto habla muy mal de las capacidades profesionales de nuestras policías.
El relato también nos muestra, aun cuando me hubiera gustado más desarrollo sobre este punto de parte del autor, cómo contamos con enormes déficits en nuestra capacidad para producir prueba pericial de calidad, cuestión clave para el esclarecimiento de delitos como este. Coincide con los resultados de mi reciente investigación empírica en la materia, en la que he podido identificar falencias importantes en las instituciones estatales que producen conocimiento experto que la justicia penal requiere para resolver casos, como la falta de especialidad de los supuestos “expertos” en áreas básicas como la medicina y la psicología forense. En el caso Haeger, el mejor ejemplo que nos entrega el libro es el informe de un famoso y reputado patólogo forense que, contradiciendo toda la evidencia acumulada, sostiene que la muerte de Viviana Haeger fue producto de un suicidio y justifica tal conclusión recurriendo a citas bíblicas e históricas sobre la relación entre mujer y suicidio, y no a una investigación forense como sería esperable. Los relatos sobre el pobre tratamiento del sitio del suceso nos muestran cómo la escena del crimen es contaminada tempranamente y ello dificulta o imposibilita contar con prueba científica para vincular el caso a un potencial autor. Hablamos aquí de errores muy gruesos y no de sutilezas o detalles sofisticados.
Los actores del sistema tampoco quedamos muy bien parados. Aunque en el libro encontramos de dulce y de agraz, no dejan de reverberar en mi cabeza las imágenes de jueces un poco aburridos escuchando un caso que, a pesar de su relevancia y el gran interés público, es uno más en una pesada rutina diaria en que las historias se repiten, semana a semana, mes tras mes, año tras año. Leemos también acerca de las enormes dificultades que existen para construir razonamientos judiciales consistentes en entornos en los que la evidencia presentada en juicio deja mucho que desear, y cómo ello opone barreras insuperables para llegar a decisiones judiciales que parezcan razonables y ajustadas al sentido común. Pareciera que los casos sólo se pueden resolver cuando contamos con prueba incriminatoria directa, cuando la realidad es que eso ocurre en el margen y, en todo evento, normalmente no en los casos que llegan a juicio oral. Tampoco me puedo sacar de la cabeza la imagen de abogados –fiscales, defensores y querellantes– que en el fragor del litigio construyen teorías y argumentos que se alejan del sentido común y cuya motivación central pareciera estar en apuntarse una victoria personal. Así pierden toda sensibilidad con el drama que lleva a este caso a juicio y hacia las personas que se ven afectadas por su desarrollo.
La imagen que ese observador agudo que es Fluxá construye es la de una máquina burocrática, formalista, rutinaria y relativamente insensible, una suerte de línea de producción que se dedica a procesar casos graves y complejos, en donde lo importante es poder tomar una decisión y no necesariamente su calidad. Llama la atención que el valor de esclarecer la verdad no parece tener un rol protagónico en la decisión ni en el funcionamiento general del sistema. El peso de la noche a veces es muy fuerte. Es duro y doloroso para gente como yo, cuya carrera profesional está ligada a este sistema, pero es necesario que cada cierto tiempo alguien nos remueva y nos haga ver que las cosas pueden ser distintas de como nos acostumbramos a hacerlas. Se agradece entonces este recordatorio, bien documentado y apasionantemente escrito.
Afortunadamente, el texto también nos muestra algunas cosas positivas del sistema. Destaco que, a pesar de las enormes dificultades y limitaciones, es posible decidir un caso con niveles de transparencia muy significativos, que nos permiten a todos hacer juicios mucho más certeros acerca de la corrección o incorrección de la decisión final, a diferencia de lo que ocurría con el opaco sistema antiguo. Dada mi experiencia trabajando en Chile y en varios países de la región, puedo decir que este trabajo periodístico se ha beneficiado de un acceso abierto a los materiales de la investigación judicial, a las audiencias en que se desarrolló el juicio y a los actores del sistema. Se trata de una fortaleza que no debemos descuidar.
Ojalá el autor nos siga regalando en los años que vienen nuevos libros como este. Al menos yo lo espero con ansias. Invito a los lectores a adentrarse con intensidad en su lectura. Espero que, como en mi caso, les motive reflexiones sobre la multiplicidad de cuestiones que se nos plantean, les permita conocer y comprender mejor las luces y sombras de nuestra justicia penal y, finalmente, con la valiosa información que Fluxá nos entrega, les ayude a tener una opinión personal sobre los hechos y la actuación de la justicia. Al final del día, usted sabe quién.
Mauricio Duce J.
Profesor titular de la Facultad de Derecho de la UDP
Santiago, abril de 2019