Colección «Tal Cual»

La conjura

Los mil y un días del golpe

Investigación

«La Conjura. Los mil un días del golpe, sin duda el mejor libro escrito acerca de cómo se tramó el asalto a La Moneda y sobre quiénes lo manejaron, puede ser leída como el relato de la conspiración que condujo al golpe y, a la vez, como una narración de las vicisitudes y características personales de quienes participaron en él. Una narración en la que se cruzan los grandes vendavales de la historia y las subjetividades que reaccionan, con pavor, oportunismo, astucia o valentía, ante ellos. Hay en este libro pequeños retazos que son, en si mismos, verdaderas lecciones breves de política y de historia. Pero este libro no es solamente el relato de una conspiración y de los personajes que en ella, como víctimas o victimarios, participaron. También es el registro de las circunstancias que llevaron a Augusto Pinochet (hasta el 11 un sujeto más bien sosegado y aparentemente irresoluto cuya voluntad nadie contabilizaba) a ser lo que llegó a ser: un dictador como no lo hubo nunca en la historia de Chile. En la conspiración que relata Mónica González, y en el golpe que la coronó con éxito, hubo muchos partícipes. Casi todos más inteligentes que Pinochet, la mayoría más cultos, sobraban los que exhibían más prosapia militar, abundaban los que mantenían lealtades eclesiásticas, predominaban los que tenían redes políticas (y empresariales). Sin embargo ninguno era tan astuto como él: nadie contaba con la voluntad de poder que, tras la apariencia campechana, la sonrisa de oro, los lentes oscuros y la genuflexión que practicó con escrúpulo casi ritual hasta el día 10 de septiembre, ocultaba. Pinochet es la enésima prueba de que las conspiraciones siempre acaban en manos de quienes tienen la astucia para, aprovechándose del remolino de la historia, hacerse un nombre». Carlos Peña

Mónica González

Fundó y dirigió Ciper, la revista Siete+7 y el diario Siete. Fue subdirectora de La Nación y Cosas, reportera de Cauce y Análisis, y corresponsal de Clarín (Argentina). Es maestra de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) y autora o coautora de libros como Bomba en una calle de Palermo (1986), Los secretos del imperio de Karadima (2011) y La conjura (2012). Recibió el premio Louis M. Lyons de la Universidad de Harvard (1988), el Premio Maria Moors Cabot de la Universidad de Columbia (2001), el Premio Dan David de la Universidad de Tel Aviv (2006), el Premio Mundial Unesco-Guillermo Cano (2010) y el Premio Ortega y Gasset de Periodismo (2020), entre otros. En 2019 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo.

El principio del fin
Humo y nubes sobre Santiago. El humo como un manto indeleble. La gruesa columna que cubría La Moneda podía verse desde todos los puntos de una ciudad sitiada. Eran pasadas las 14 horas del 11 de septiembre de 1973 y Chile todavía se estremecía por los efectos de las bombas arrojadas desde un cielo plomizo sobre el palacio. Humo y llamas. La Moneda corría peligro de reducirse a cenizas.

Llegaron los bomberos. Un grupo fue a la Cancillería, en el sector sur. El otro, al ala poniente. Un tercero entró por Morandé 80 y subió la escalera en dirección al gabinete presidencial. El único reducto al que no pudieron ingresar fue el Salón Independencia. Soldados en actitud de combate les impidieron el paso. De pronto, un oficial los llamó y les ordenó que traspasaran la puerta. Había que sacar un cuerpo envuelto en un chamanto boliviano. Nadie habló. Se miraron y todos comprendieron de quién se trataba. Bomberos y soldados levantaron la camilla de lona. La bajaron con cuidado y salieron por Morandé 80. Ya en la calle, soldados les abrieron camino. Cargaron la camilla hasta una ambulancia del Hospital Militar. Los murmullos llenaron la Plaza de la Constitución. La ambulancia partió velozmente. Cruzó Santiago en el más riguroso de los secretos. Cumplía una orden en carácter de urgente que el almirante Patricio Carvajal recibió a su vez del general Augusto Pinochet:

«Dice el comandante en jefe que es indispensable que a la brevedad posible los médicos jefes del Servicio de Sanidad del Ejército, de la Armada, y la FACH, y el jefe del Servicio Médico de Carabineros, más el médico legista de Santiago, certifiquen la causa de muerte del señor Allende con el objeto de evitar que más adelante se nos pueda imputar a las Fuerzas Armadas el haber sido las que provocaron su fallecimiento».

El cadáver llegó al Hospital Militar a eso de las 17:30 horas. De inmediato fue llevado al pabellón de cirugía del Departamento de Otorrinolaringología. Lo dejaron en la misma camilla de lona de campaña. Le quitaron el chamanto. Lo colocaron en posición de cúbito dorsal. Poco después entraron los cuatro jefes de Sanidad de las Fuerzas Armadas. Tenían que ratificar, a instancias de la Primera Fiscalía Militar, que estaban ante el mismo hombre que apenas unas horas atrás había dicho, a través de radio Magallanes, que su sacrificio no sería en vano. Uno de los doctores, José Rodríguez Véliz, representante del Ejército, había sido compañero del Presidente en la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. Lo observó en silencio y circunspecto, al igual que Mario Bórquez Montero, director de Sanidad de la Fuerza Aérea; Luis Veloso, de Carabineros y Miguel Versin Castellón, de la Armada.

En otro sector de Santiago, peritos de Investigaciones al mando de Luis Raúl Cavada Ebel, jefe del Laboratorio de Policía Técnica, reconstruían la muerte de un hombre en La Moneda sobre la base de croquis y un estudio del cuerpo. El informe fue firmado por Cavada Ebel, Jorge Quiroga Mardones, Carlos Davidson y Jorge Almazabal (1). Los autores conservaron notas y registros, pero el informe oficial se guardó en caja de siete llaves hasta llegar, muchos años después, a manos de la autora de esta investigación.

Puede leerse ahí que:

Al lado izquierdo del cadáver y sobre el sofá se encontraba un cargador de arma automática sin munición y un casco con las iniciales «J.M.F.» en una de las cintas interiores de suspensión (2). Próximo al cargador y sobre el sofá, hay una porción de masa encefálica. Otra porción se encuentra sobre una alfombra próxima al sofá y pequeños restos de la misma materia dispersos en diferentes lugares del salón. El gobelino colocado en el muro detrás del sofá, presenta dos orificios correspondientes a perforaciones por paso de proyectiles que finalmente inciden en el muro… Estimamos que la posición más probable que pudo haber para el cuerpo y el arma en el momento del disparo, ha podido ser una semejante a la que, en forma esquemática está representada gráficamente en el croquis Nº 14. 256, en el cual la persona está sentada en el sofá, con cierta inclinación hacia delante, sosteniendo el extremo superior del cañón con la mano izquierda, la boca del arma casi en contacto con el mentón y accionando el disparador con la mano derecha. Es posible, en consideración a los dos impactos de la pared y la apreciación superficial de la herida de entrada, que haya existido una sucesión rápida de dos disparos.

Por último señala:

3.1. La muerte del señor Salvador Allende Gossens, se produjo como consecuencia de una herida a bala que tiene su entrada en la región mentoniana y su salida en la región parietal izquierda…
3.2. …El hecho tiene las características de un suicidio. En consecuencia, se descarta la posibilidad de homicidio.

Caía la noche del 11 de septiembre de 1973 en Santiago. Las calles estaban vacías. El toque de queda marcaba el límite de lo posible. En las casas se reía o lloraba. En el Hospital Militar, en cambio, las cosas transcurrían en el más absoluto de los hermetismos. Los doctores Tomás Tobar Pinochet, del Instituto Médico Legal, y José Luis Vásquez iniciaron la autopsia a las 20 horas. Fueron asistidos a lo largo de cuatro horas por el auxiliar especializado, Mario Cornejo Romo. Una vez que finalizaron, los cuatro jefes de sanidad de las instituciones castrenses supervisaron la última de las tareas: el cuerpo de Salvador Allende fue depositado en un ataúd y sellado en su presencia. Las conclusiones de la autopsia se conservaron por 27 años como un «Secreto de Estado»:

Cadáver de sexo masculino se presenta vestido con ropas en relativo orden, estando el abrigo sobrepuesto, el que presenta manchas de sangre e impregnación de sustancia cerebral atraicionada en su delantero derecho, manga de este lado y en su parte interna posterior. También se observan las mismas manchas, en forma de salpicaduras, en el lado izquierdo del cuello… Las ropas interiores también se presentan profusamente impregnadas de sangre… Los pulpejos de los dedos de ambas manos se presentan impregnados de tinta morada de tampón para tomar las impresiones digitales…

Luego de una detallada descripción de los daños que provocaron los proyectiles en el rostro, así como de su trayectoria, se determinó que:

La causa de la muerte es la herida a bala cérvico-buco-cráneo-encefálica reciente, con salida de proyectil… El disparo corresponde a los llamados «de corta distancia» en medicina legal… El disparo ha podido ser hecho por la propia persona.

Según la pericia, el cuerpo no presentaba rastros de alcohol. La prensa permitida por los militares insistió, sin embargo, en lo contrario. Y para graficarlo aludió al hallazgo en La Moneda de botellas vacías y semivacías de su whisky favorito: Chivas Regal.

El 11 de septiembre de 1973 llegaba a su fin. Allende quedó nuevamente solo en el Hospital Militar.

Afuera, la ciudad se estremecía con los gritos de las víctimas.

Allende estuvo «desaparecido» durante un año y diez meses: su muerte quedó recién inscrita en el Registro Civil de Independencia el 7 de julio de 1975 bajo el número 593.

Para entonces, la guerra seguía cobrándose vidas y parecía no terminar nunca.

Pocos podían acordarse de su principio.

Notas:

  1. En Anexo Nº 1 se entrega el informe en su totalidad, así como los croquis y fotografías hasta hoy inéditos.
  2. Era el casco del jefe de escoltas de Carabineros del Presidente, capitán José Muñoz, quien se lo cedió.

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