Colección «Tal Cual»

Tompkins

El millonario verde

Crónica

¿Quién deja atrás una historia de éxitos deportivos y comerciales en California para encerrarse entre montañas lluviosas y gastar una fortuna en cuidar bosques? Algo tramaba Douglas Tompkins; nadie iba a venir a Chile y comprar enormes extensiones de tierra –y en la frontera con Argentina– solo por amor a la naturaleza.
Así pensaba una sociedad que salía de la dictadura y apenas había oído hablar de conservación y filantropía. Por ello la historia de Tompkins en Chile –desde las escaramuzas estatales y las injurias gratuitas de los años 90 a los honores unánimes tras su repentina muerte en 2015– es también la historia de un país que cambió.
He aquí la biografía de un millonario de la industria de la moda que terminó abrazando la ecología profunda, se instaló en Chile y se enfrentó a gobiernos, Fuerzas Armadas, Iglesia y empresarios para invertir buena parte de su fortuna en crear el Parque Pumalín y echar abajo proyectos como Hidroaysén. Decenas de entrevistas a amigos, colegas y críticos construyen el perfil de un hombre de una determinación irreductible, pero también de una falta de empatía enervante, desconfiado y tozudo. Lo fascinante es que es posible estar agradecido del legado de Tompkins sin necesariamente llegar a quererlo por sus cualidades personales: es su obra la que habla por él.

Andrés Azócar

Periodista. Fue editor de Reportajes de La Tercera, director de la Escuela de Periodismo de la Universidad Diego Portales y fundador de El Dínamo, Voces.cl, T13.cl y Museodeprensa.cl. Hoy es editor general de Medios Digitales de Canal 13.

La despedida

Una carpa blanca y cincuenta sillas lucían perfectamente dispuestas en el patio de la Casa Kuschel en Puerto Varas. La residencia, una de las primeras adquisiciones de Douglas Tompkins en Chile, que desde 1994 ha sido sede de la Fundación Pumalín, esperaba la llegada de los invitados para despedirlo. Dos días antes un accidente en el lago General Carrera, en la Región de Aysén, le había quitado la vida a los 72 años. No había flores y solo unos pocos lucían luto formal. El ambiente no era de recogimiento, pero sí de solemnidad. Pocas lágrimas evidentes, sí mucha paz. Sin quererlo, todos seguían una suerte de protocolo que al fundador del majestuoso Parque Pumalín probablemente le hubiese gustado para su funeral: amigos, recuerdos y una conversación en torno a algo que él consideraba importante, su legado, que parecía despegar mientras él desaparecía.

«Visionario» fue la palabra que más se escuchó esa mañana. «Visionario ecologista», «empresario visionario», «visionario» a secas.

Tompkins comenzaba a tomar otra forma tras su muerte. El legado por primera vez lograba fusionarse con su creador y su obra adquiría fuerza en un país que durante mucho tiempo lo vio solo como un extranjero caprichoso y sospechoso. Esa sensación de grandeza era la que dominaba esa mañana en Puerto Varas. Del accidente pocos hablaban; parecía casi una anécdota referida a un hombre que había decidido desde muy joven desafiar a la muerte.

El ataúd de alerce descansaba junto a uno de los ventanales de la hermosa mansión de estilo ecléctico, declarada monumento nacional en 1992. Algunas de las más de cien personas que llegaron a la ceremonia se acercaban al féretro a mirarlo, a despedirse. La mujer de Tompkins, su compañera por más de veinte años, Kristine McDivitt, Birdy como él la llamaba, se paseaba por el lugar saludando y respondiendo a las muestras de afecto de los invitados. Intentaba mantenerse firme, pero en ese momento todo le era una tarea difícil, en especial la perspectiva de la soledad, a la que ella reconocía temer.

La diversidad de orígenes y ocupaciones de los invitados era el reflejo de lo que el hombre había construido en Chile, Estados Unidos y Argentina. Estaban Cecilia Morel, la mujer del expresidente Sebastián Piñera, y una hermana de este, Magdalena, además de Bernardo Matte, hermano de Eliodoro, de Empresas CMPC. Asistieron también los senadores de izquierda Juan Pablo Letelier, Alejandro Navarro y Alfonso de Urresti, los tres parlamentarios más cercanos al empresario, ambientalista y filántropo avecindado en el país. Por supuesto, allí estaban también, para recordar y para despedirse, los cinco sobrevivientes del accidente en el lago General Carrera. El mejor amigo de Tompkins, Yvon Chouinard, ambientalista y empresario, fundador de la compañía Patagonia, uno de los mejores montañistas en la historia de Estados Unidos, era quien menos disimulaba su tristeza. Se conocían desde hacía más de cincuenta años. Se habían hecho amigos escalando montañas cuando eran muy jóvenes y muy irresponsables a la hora de desafiar la naturaleza. Al poco tiempo de conocerse estaban planificando expediciones y compartiendo visiones de mundo. Junto a otro famoso escalador, Royal Robbins, se hicieron inseparables. Las metas del grupo eran conquistar aquellos lugares en donde la naturaleza mandaba. La misión era desafiarla, no importaba el lugar del mundo ni los peligros que se anticiparan. Montañas y ríos vírgenes en los que soltaban sus kayaks o tendían sus cordinos. A mediados de los años 60, Chouinard, Tompkins y un par de amigos más formaron un grupo de expedición al que llamaron The Fun Hogs (Los Trogloditas de la Diversión) y emprendieron su primer viaje a Sudamérica, que concluiría con el ascenso al monte Fitz Roy, en el extremo austral del continente. Un documental cuenta esa historia. En aquellas imágenes de factura artesanal se hace evidente la filosofía del grupo: la libertad como valor fundamental, la autodeterminación como única responsabilidad. Se sentían verdaderos amantes de la naturaleza, y pronto su particular conceptualización de la belleza comenzaría a tomar forma de ideología.

El peligro y la belleza natural estimulaban la adrenalina de Tompkins aun más que la de Chouinard. En una ocasión George Wuerthner, uno de los grandes colaboradores del creador de Pumalín, le preguntó cuántos de sus amigos y conocidos de escalada habían muerto. «Alrededor de dos docenas», respondió. La combinación de adrenalina y ego, muy propia de la cultura californiana de los años 60 y 70, estaba incrustada en el corazón de ambos. Con el tiempo, Chouinard y Tompkins desarrollaron trayectorias cada vez más parecidas: obsesivos con todo lo que les gustara, y convencidos de su opción por la conservación de la naturaleza desde sus empresas, ambos se convirtieron en millonarios.

A Chile volvieron muchas veces juntos después de aquel ascenso al Fitz Roy. Para ellos planificar alguna travesía era mantenerse vivos. Así, a mediados de 2015 empezaron a afinar la idea de una semana de kayaking y trekking por el lago General Carrera, esa majestuosa extensión de agua que comparten Chile y Argentina. El itinerario, tomando en cuenta los 77 años de Chouinard y los 72 de Tompkins, comprendía cinco días de navegación cerca de las riberas del lago, con sus correspondientes noches de acampada en la orilla. Nada que les quitara el sueño a deportistas de su categoría. A los dos amigos se sumaron el guía de rafting Jib Ellison (54), dueño de Blu Skye, una consultora organizacional de San Francisco; Weston Boyles (29), fundador y director general de la ONG Ríos to Rivers e hijo de un gran amigo de Tompkins; Rick Ridgeway (66), conocido montañista y jefe de iniciativas ambientales de Patagonia, y el mexicano nacionalizado estadounidense Lorenzo Álvarez (49), dueño de una empresa de expediciones y antiguo miembro del equipo de kayaking de Estados Unidos. Un grupo muy preparado que no debía esperar ningún sobresalto. De hecho, días antes del accidente, Boyles, un kayakista excepcional, había estado estudiando el recorrido y lo había conversado con lujo de detalles con Tompkins.

El padre de Weston viajó desde Estados Unidos para el funeral. Edgar Boyles fue el editor fotográfico de Clearcut: The Tragedy of Industrial Forestry y varios otros libros editados por Tompkins, columna vertebral de la propaganda que acompañó cada una de sus batallas y médula de su filosofía. Compartía plenamente los fundamentos del conservacionismo al estilo Tompkins, y ha colaborado en la Fundación para la Ecología Profunda por muchos años; además, posee una propiedad cercana al lago General Carrera. Su larga amistad con Tompkins y su mujer había calado hondo en su hijo Weston, quien sentía al ecologista como su mentor y padre. Sus viajes a la Patagonia eran recurrentes, así como su defensa del ecosistema de esa zona del país. Por supuesto, el joven Boyles se sumaba a todos los viajes que Tompkins organizaba.

El sábado 5 de diciembre de 2015, los expedicionarios dejaron el Terra Luna Lodge, en Chile Chico, para comenzar la travesía. Esta sumaba 90 kilómetros circundando la ribera oeste del lago, el segundo más grande de Sudamérica después del Titicaca. Los cinco días de expedición, con su punto de partida en Puerto Sánchez y de llegada en Puerto Ibáñez, incluían largas caminatas por las faldas de los Andes. Los primeros dos días avanzaron según el cronograma, con buen tiempo. Uno de los kayaks tenía el timón averiado, pero en aguas tranquilas eso no representaba un problema mayor. Al tercer día nuevamente los despertó un día soleado y con las aguas apenas en movimiento. Rick Ridgeway compartió un kayak doble con Tompkins y Chouinard lo hizo con Boyles. Ellison y Álvarez iban en embarcaciones individuales. Habían decidido usar kayaks de mar, que tienen timones a pedales, más largos y amplios y por lo tanto más estables que los que suelen usarse en lagos. Como cuenta National Geographic en un artículo sobre el accidente,1 Tompkins sabía que el lago se sitúa en medio de la ruta de un fenómeno llamado «los locos años cuarenta», un cinturón de vientos del oeste que a veces se fortalece mientras desciende la cordillera. Por lo mismo, el lago era escenario de repentinos vendavales.

Pero la mañana de ese martes 8 de diciembre apenas corría viento en el lago, y la navegación comenzó sin sobresaltos. Sin embargo, a las 10:30, mientras remaban por una pequeña península, rápidamente el viento comenzó a levantarse. Los amigos no alcanzaron a buscar refugio. En diez minutos el lago se convirtió en un infierno de olas gigantescas y corrientes poderosas. Un temporal de viento en un lago tan enorme es como un temporal de viento en el océano, y solo a duras penas Chouinard, Boyles, Ellison y Álvarez consiguieron acercarse a la orilla y protegerse. Pero el timón del kayak de Tompkins y Ridgeway falló por completo. El viento los fue empujando hacia el centro del lago. Las olas eran más grandes y, a diferencia de lo que ocurre en el mar, continuas. No daban respiro. Los seis se vieron dispersos y así poco podían hacer para ayudarse. Por unos minutos que se les hicieron eternos, la embarcación de Tompkins luchó por no volcarse. Él lideraba las maniobras, pero ni siquiera su vasta experiencia deportiva fue suficiente. Una ola enorme los dio vuelta finalmente. «Nos dimos cuenta de que teníamos treinta minutos, tal vez un poco más, para sobrevivir», escribió Ridgeway a National Geographic.

El resto del grupo no alcanzaba a ver qué sucedía con sus compañeros. Por el tamaño de las olas, la visibilidad hacia el interior del lago era mínima. Sabían que algo había pasado; de lo contrario, tipos con la experiencia de Ridgeway y Tompkins ya habrían alcanzado la orilla.

Boyles, el más joven del conjunto, tomó un kayak y se lanzó al lago. Ellison llamó a la Fundación Pumalín, pero como era día festivo –el 8 de diciembre es el día de la Inmaculada Concepción de la Virgen– nadie atendió. Luego contactó al piloto privado de Tompkins, Rodrigo Noriega, para alertarlo de la gravedad del incidente, y enseguida, junto a Álvarez, volvió al lago. Mientras tanto, Tompkins y Ridgeway habían decidido nadar hacia la orilla y soltar el kayak, que seguía tirando hacia el centro del lago. Tompkins iba vestido con pantalones de algodón, camisa, un suéter ligero y una chaqueta de lluvia, nada que lo protegiera de las frías aguas de un lago de tipo glacial.

Pronto el frío comenzó a hacer efecto y la lucha por mantenerse conscientes se hizo más difícil. Tompkins estaba más entero que su amigo, pero la temperatura del agua, de solo 4 grados Celsius, hacía imposible resistir mucho más. Surcando el lago, Álvarez y Ellison ubicaron a los náufragos y a los pocos minutos tenían a Ridgeway agarrado de la cuerda de la popa del kayak. Los improvisados rescatistas debieron hacer un gran esfuerzo para navegar en contra de la corriente y llegar a la orilla antes de que el hombre perdiera el conocimiento por el frío.

Mientras, Boyles alcanzó a Tompkins, pero desde el comienzo el segundo rescate fue más complejo. A pesar de su habilidad con el kayak y su fuerza, al joven le fue imposible subirlo a la embarcación. Después de muchos intentos infructuosos, además perdió un remo, lo que hacía la tarea de volver aun más compleja, poniendo en riesgo su propia supervivencia. Además de soportar vientos de ochenta kilómetros y olas de cuatro metros desestabilizándolo, estaba solo en el rescate. Tompkins, con las pocas energías que le quedaban, intentaba darle consejos desde el agua. Pero después de unos minutos el frío lo derrotó y perdió el conocimiento. Boyles debió tomarlo de un brazo para que no se ahogara, mientras las olas no dejaban de golpearlo hasta casi volcar el kayak.

A las once de la mañana, el piloto de Tompkins llamó al Terra Luna Lodge alertando del accidente. Inmediatamente el helicóptero del hotel despegó en auxilio de los seis extranjeros. Casi a la misma hora, la Capitanía de Puerto Lago General Carrera recibió un llamado desde Puerto Varas avisando de la situación. La patrullera marítima PM-2050 de la Armada zarpó en su ayuda. El helicóptero llegó antes y ubicó al grupo en la playa. Rápidamente le informaron al piloto y al dueño del lodge, que se había sumado al rescate, que nada sabían de Tompkins y Boyles. Todos temieron lo peor. Después de unos minutos el helicóptero los divisó. El empresario ya llevaba más de cincuenta minutos en el agua y había perdido mucho del calor vital.

La aeronave se dispuso a intentar el rescate pero se dieron cuenta de que no contaban con un cabrestante para subir a Tompkins a la nave. El único camino era lanzar una cuerda para que Boyles la amarrase al kayak y así arrastrarlos hasta la orilla; una operación muy arriesgada, pues la cuerda era corta y la nave casi tocaba las olas con sus patines de aterrizaje. Todos tenían claro que era una solución muy lenta dado el estado del empresario, que seguía perdiendo calor, pero no había otra opción. A los pocos minutos el kayak de Boyles se volteó y Tompkins quedó a la deriva. Desde el helicóptero lanzaron un flotador a Boyles y este nadó hasta alcanzar a su compañero, a quien puso de espaldas sobre su pecho. El joven sabía que no podía flaquear, pero su cuerpo también empezó a debilitarse por el frío. «Hizo un esfuerzo sobrehumano, poniendo su propia vida en peligro», dice Ridgeway en National Geographic.

Finalmente, después de casi dos horas en el agua, llegaron a la orilla. Boyles fue rescatado con ayuda de sus compañeros. Estaba débil y helado; lo envolvieron en mantas para que recuperase calor. Tompkins estaba vivo pero en estado crítico. El helicóptero lo llevó al hospital de Chile Chico, solo lo acompañó Ellison. Mientras, la barcaza de la Armada recogió al resto de los amigos y los llevó al mismo destino. En el viaje, apenas hablaron; solo respondían a las preguntas de la tripulación. Chouinard ni eso.

Apenas pudo pronunciar palabra.

El director ejecutivo de la Fundación Pumalín, Hernán Mladinic, hizo de maestro de ceremonias ese día en la Casa Kuschel, dominado más por la melancolía que por la tristeza. Fue él quien dio la palabra a todos quienes querían despedirse. Yvon Chouinard fue de los primeros en hablar. Estaba golpeado, pero quiso reflejar lo que creía que él y su amigo representaban: amistad, aventura y sólidos principios. «Compartíamos una visión del mundo», dijo. Recordó que Douglas había abandonado el colegio porque decía que los profesores no tenían nada que enseñarle, decisión que perfilaba un carácter que lo acompañaría toda la vida. No atenuó lo competitivos que siempre habían sido entre ellos y con los demás. «Su lema era “Inventa tus propios juegos y siempre serás un ganador”», dijo sonriente.

También habló Carolina Morgado, la primera empleada de Tompkins en Chile, a quien conoció en Alto Biobío. Y luego Carlos Cuevas, sin duda uno de los hombres más cercanos al ecologista, y clave en el desarrollo y defensa del Parque Pumalín.

Birdy se mantuvo siempre entera y solemne. Emocionada pero muy firme, dedicó sus palabras a homenajear a quien fuera su marido desde 1993. Juntos habían elegido no solo ser compañeros, sino «un par». Sin dejar de mencionar los frecuentes choques que tenían, dada la fuerte personalidad de ambos, «Kris habló en español de su amor sin límites por Doug, su amor por la naturaleza y su profundo compromiso por la protección de la vida silvestre», escribiría más tarde Rick Ridgeway.

Ella reconoció que no podía imaginarse la vida sin Douglas.

Se encontraba en la antigua hacienda Chacabuco, futuro Parque Nacional Patagonia, cuando recibió el primer llamado a su teléfono satelital ese martes 8 de diciembre. Era Rodrigo Noriega, el piloto del matrimonio, y tenía noticias trágicas: Rick Ridgeway estaba casi agónico y Weston Boyles y Tompkins habían estado muchas horas en el agua. Después de colgar, Kris se subió a su camioneta y partió rumbo al hospital de Coyhaique. Sabía que la vida de su marido peligraba y quería al menos poder despedirse de él. La misma noticia había recibido Hernán Mladinic, quien se encontraba en el aeropuerto de Balmaceda. Aún confundido por la información, que le llegaba fragmentada, recibió el llamado del ministro del Interior. Ya no había dudas de la gravedad del accidente. Cuando llegó al hospital, el médico le dijo que Tompkins había sido ingresado «con una temperatura incompatible con la vida». Mladinic decidió entrar al pabellón donde se intentaba eleva la temperatura y reanimar al ecologista. Pero el escenario sería irreversible. Durante las cinco horas que debió manejar Kristine McDivitt para llegar al hospital, Mladinic la mantuvo informada, y cuando supo que el desenlace era inminente la llamó y puso su celular en la oreja de Tompkins para que ella pudiera despedirse. A pesar de los esfuerzos de los médicos para mantenerlo con vida, Tompkins fue declarado muerto a las seis de la tarde del martes 8 de diciembre de 2015.

Como si todos los asistentes se hubiesen puesto de acuerdo, los discursos se llenaron de anécdotas que reconstruían la vida del millonario conservacionista en Estados Unidos y en Chile. Pequeñas piezas que al juntarse construían la silueta de un hombre con matices, complejo, ensimismado, obstinado, visionario. «Ningún detalle es pequeño», decía. Y solo de esa manera es posible reconstruir su vida. En los detalles aparece la obra gruesa. Solo así es posible explicar que un país que tanto desconfió de él después de veintidós años lo despidiera con cariño y reconocimiento.

Pedro Pablo Gutiérrez, el abogado que lo acompañó desde el comienzo, una figura fundamental en la actividad de Tompkins en Chile, contó algunas de las aventuras que vivió con su amigo y cliente. En especial cómo le aterraba volar con él. Una de las primeras veces que lo hicieron en el pequeño Husky del norteamericano, este abrió la ventana y empezó a tomar fotos, alzando las manos de los controles. Lo hacía habitualmente, pero a Gutiérrez le pareció una locura. En esa ocasión el abogado, atónito, no pudo aguantarse y comenzó a gritar: «¡Maneja, huevón, maneja!». Todos los asistentes rieron.

Cuando los discursos terminaron, el ecologista Juan Pablo Orrego, uno de los más activos miembros de Patagonia Sin Represas, y muy cercano a Tompkins desde su disputa contra la central hidroeléctrica Ralco en Alto Biobío, tomó una guitarra y cantó «We shall overcome» (Venceremos), la famosa canción de protesta que popularizara el cantante country Peter Seeger en los años setenta. Algunos de los trabajadores de Tompkins y de los invitados lo acompañaron en el canto.

Después de una hora y media, la ceremonia llegaba a su fin. Habían sido tres días de velatorio. Los extranjeros y algunos invitados nacionales se quedaron en la Casa Kuschel. Luego, el cuerpo sería trasladado a la hacienda Chacabuco, donde recibiría sepultura. En el aeropuerto de Puerto Montt, dos avionetas esperaban al grupo que acompañaría los restos. Una avioneta comercial y un Cessna Caravan propiedad del empresario Nicolás Ibáñez, quien meses antes había comprado a Tompkins los fundos Hornopirén, Vodudahue y Pillán. En ese avión no solo iba Ibáñez sino también los amigos estadounidenses de Tompkins, su mujer y Hernán Mladinic. «Fue un espectacular último vuelo de Doug», dijo Ridgeway. En la hacienda lo esperaban sus dos hijas, Quincey y Summer.

Habían invertido 65 millones de dólares en esta propiedad, el doble que en el Parque Pumalín. La hacienda ya estaba en proceso para su traspaso al Estado, como antes lo habían hecho con los parques Corcovado y Yendegaia. La mano y la visión de Tompkins se ve en cada uno de los rincones de ese lugar. «Ningún detalle es pequeño.» El cementerio no sería la excepción. Limpio, sin maleza, ordenado, rodeado de un muro de piedra. «Sin duda Douglas debe haber pensado que debía estar en un lugar que reflejara una de las obsesiones de su vida», dice un cercano.

La ceremonia de la sepultura fue muy emotiva. Asistieron, además de su familia y amigos, los empleados de la hacienda, invitados de los parques argentinos y gente de la zona. Nuevamente hablaron sus amigos y cercanos. Y también Nicolás Ibáñez: «Doug nos enseñó a conocer Chile. A conocer estas tierras». El empresario y antiguo dueño de la cadena de supermercados D&S usó en su discurso una frase que está tallada en el pórtico de entrada del cementerio: «No hay mejor sinónimo de Dios que la Belleza». Los presentes arrojaron un puñado de tierra sobre la tumba a modo de despedida. Uno de ellos, una dirigente de Cochrane, subió a la pared de roca que rodea el cementerio, levantó el puño y gritó: «¡Patagonia sin represas!». Todos se dieron vuelta y respondieron a viva voz: «¡Patagonia sin represas, Patagonia sin represas!».

Notas

1. Mark M. Synnott (2015), «Insiders Recount Efforts to Save North Face Founder», newsnationalgeographic.com, 14 de diciembre.

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